Real Life Story.- Historia De Vida Real.

When life brings me to the edge, to the very depths of despair, that's when I feel its true test. It’s in these moments of darkness when people enter my life, looking for guidance, seeking help. And even though I'm drowning in my own struggles, I show up for them, not because I have to, but because I’m wired to. I offer the little I have, even when I can't help myself. Yet, it’s often those closest to me—the ones who have the means to lift me up—who choose to turn their backs. They take my kindness, my love, my very soul, and use it for their own benefit. They walk over me, unaware or uncaring of the toll it takes. While they live their lives freely, I stay up at night, fighting tears, wondering how I can even hold on, how I can keep a roof over my head. But here's the truth: I keep showing up. I keep giving. Even when my cup is empty. I will not let the darkness win, not for me, not for anyone. There are days when the world feels like it's crushing me under its weight, and I can barely breathe under the pressure. I found myself driving for apps, just trying to pay bills, fighting against a car that’s falling apart with no heater, my fingers frozen stiff against the wheel. It didn’t matter, I still kept going, 4 to 5 hours a day, day after day, just to hand my hard-earned money to bill collectors who looked at me without a trace of empathy. Not a single person cared about what I was going through. And then, to top it off, I got sick. Fever, chills, a cough that rattled my chest. Bronchitis, the doctor said. I could barely get out of bed, but no one cared to check on me. It was like I was invisible, like my struggle didn’t even matter. The only one who showed up for me was my daughter. She braved a snowstorm just to bring me soup, medicine, and fruits. She was my only lifeline, the only one who saw me for what I was, struggling just to survive. The people I’ve helped, the ones who’ve leaned on me for support—none of them even bothered to notice that I was falling apart. The next day, still sick, I had to drag myself out of bed, get into that freezing car, and do it all over again. The bills don’t stop coming, and neither does the pressure. No one cares about the toll it takes on me. I keep giving, I keep showing up, and all I get in return is silence. For so long, I struggled alone, thinking that the weight of my world was mine to carry. No one stepped in to help when I needed it most. People watched me break—crying, suffering, depressed—and not a single person reached out, not a single soul cared enough to lend a hand. I was left to fight my battles on my own, drowning in the silence of my pain. But then, God finally answered my prayers. A real job as a PCA came through, and for the first time in what feels like forever, I can breathe again. But as I reflect on the years I spent sinking in my own despair, I realize something important: if I could survive all of that alone, then I sure as hell don’t need anyone to hold me back now. Now that I'm on the way up, I refuse to stay stuck in the same place where I was abandoned. No more giving everything I have to people who stood by and watched me struggle. No more pouring myself out for those who couldn’t see my pain, couldn’t see my worth. If I did bad all by myself, then now I’m doing good by myself. I’m done. I’m going to find a smaller apartment, somewhere I can call my own, somewhere I deserve to be, far away from the weight of the past. I’m choosing me. I’m choosing happiness. And I’m giving myself what I deserve. It’s my turn now. ________________________ Cuando la vida me lleva al límite, hasta las profundidades de la desesperación, es ahí cuando siento la verdadera prueba. Es en esos momentos de oscuridad cuando las personas entran en mi vida, buscando orientación, buscando ayuda. Y aunque me estoy ahogando en mis propias luchas, me presento para ellas, no porque tenga que hacerlo, sino porque estoy hecho así. Ofrezco lo poco que tengo, incluso cuando no puedo ayudarme a mí mismo. Sin embargo, a menudo son aquellos más cercanos a mí—los que tienen los medios para levantarme—los que eligen darme la espalda. Se aprovechan de mi amabilidad, de mi amor, de mi alma, y la usan para su propio beneficio. Caminan sobre mí, ajenos o indiferentes al costo que implica. Mientras ellos viven sus vidas libremente, yo me quedo despierto por la noche, luchando contra las lágrimas, preguntándome cómo puedo seguir, cómo puedo mantener un techo sobre mi cabeza. Pero aquí está la verdad: sigo presentándome. Sigo dando. Incluso cuando mi copa está vacía. No dejaré que la oscuridad gane, no para mí, ni para nadie. Hay días en los que el mundo parece aplastarme bajo su peso, y apenas puedo respirar bajo la presión. Me encontré conduciendo para aplicaciones, solo para pagar las cuentas, luchando con un coche que se desmoronaba, sin calefacción, mis dedos rígidos de frío contra el volante. No importaba, seguía adelante, 4 a 5 horas al día, día tras día, solo para entregar mi dinero ganado con esfuerzo a los cobradores de cuentas que me miraban sin una pizca de empatía. Nadie, ni una sola persona, se preocupaba por lo que estaba pasando. Y luego, para empeorar las cosas, me enfermé. Fiebre, escalofríos, una tos que me sacudía el pecho. Bronquitis, dijo el médico. Apenas podía levantarme de la cama, pero nadie se molestó en revisarme. Era como si fuera invisible, como si mi lucha ni siquiera importara. La única que estuvo allí para mí fue mi hija. Se enfrentó a una tormenta de nieve solo para traerme sopa, medicina y frutas. Ella fue mi única salvavida, la única que me vio por lo que realmente era, luchando por sobrevivir. Las personas a las que he ayudado, las que han contado conmigo para apoyo—ninguna de ellas se molestó en notar que me estaba desmoronando. Al día siguiente, aún enfermo, tuve que arrastrarme fuera de la cama, subir a ese coche helado, y volver a hacerlo todo. Las cuentas no dejan de llegar, y tampoco la presión. Nadie se preocupa por el precio que estoy pagando. Sigo dando, sigo apareciendo, y todo lo que recibo a cambio es silencio. Durante tanto tiempo, luché sola, pensando que el peso de mi mundo era mío para cargar. Nadie intervino para ayudarme cuando más lo necesitaba. Las personas me vieron caer—llorando, sufriendo, deprimida—y nadie extendió la mano, ni un solo alma se preocupó lo suficiente para ayudarme. Me dejaron luchar mis batallas sola, ahogándome en el silencio de mi dolor. Pero luego, Dios finalmente respondió a mis oraciones. Un trabajo real como PCA llegó, y por primera vez en lo que parece una eternidad, puedo respirar nuevamente. Pero al reflexionar sobre los años que pasé hundiéndome en mi propia desesperación, me doy cuenta de algo importante: si pude sobrevivir a todo eso sola, entonces seguro que no necesito a nadie que me frene ahora. Ahora que estoy subiendo, me niego a quedarme estancada en el mismo lugar donde fui abandonada. Ya no más dar todo lo que tengo a personas que se quedaron de brazos cruzados viéndome luchar. Ya no más vaciarme por aquellos que no pudieron ver mi dolor, no pudieron ver mi valor. Si lo hice mal toda sola, ahora lo haré bien toda sola. Ya está. Voy a encontrar un apartamento más pequeño, en algún lugar que pueda llamar mío, donde merezca estar, lejos del peso del pasado. Elijo a mí misma. Elijo la felicidad. Y me voy a dar lo que merezco. Ahora me toca a mí. © 2025 Santiago D.C. Maria. All Rights Reserved.